miércoles, 16 de diciembre de 2020

Madre en mis cosas - Natalia Diaz

 

Eduardo Cote Lamus, poeta cucuteño fallecido en Los Patios hace 55 años, compuso en uno de sus viajes a Madrid este inhóspito y entretejido poema, dedicado, como no podía ser de otra manera, a su perecida madre. El título hace referencia a la inexpugnable presencia de la matrona en la vida del poeta: en sus amigos, en sus trajes, en sus versos y en su ternura. Ternura: esa es la palabra que define tanto el amor como la enfermedad de un Cote que, a pesar aspirar a la representación universal, no se desliga de su cotidianidad. A fin de cuentas, es en el diario vivir y no en las meditaciones profundas de la poesía donde el poeta conoce a su madre.

En el primer párrafo ya se percibe un aroma a muerte. El poeta anhela morir, tal vez para encontrarse con su madre. Quizás es el mismo hecho de que su madre esté muerta lo que lo impulsa a escribir, a manifestarse para, de algún modo, mantener comunicación con ella. Dos cosas se intuyen de este inicio: primero, el apego trascendental entre el poeta y su madre. Segundo, la influencia innegable de la madre en la actividad literaria del poeta.

En la segunda sección, el poeta utiliza su retórica para describir su estado físico. A partir de imágenes y metáforas naturales manifiesta su desgaste corporal y cómo el paso de los años le ha desvencijado, desde que la madre murió. Al margen de la efervescencia que puede generar en el lector la maravillosa elocuencia de Cote Lamus, se debe retratar en la mente el aspecto decrépito que él intenta develar: arrugas, capilares en los ojos y una piel que envuelve más huesos que carne. Queda para el debate si aquel envejecimiento puede ser atribuido a la partida de la madre del poeta.

Luego, el poeta revela la situación actual de su familia: se trata de aportes biográficos que ayudan a contextualizar el poema para hacer una interpretación más cercana a lo que Cote pretendía plasmar en sus versos. Sus barbas, su nombre, su padre y su oficio de sembrador, sus hermanos y el olvido al cual, según parece, todos están condenados. Aquella alusión rompe la tendencia narrativa de esta estrofa y devuelve al lector hacia los recovecos poéticos del escritor.

El poema no sale del tono inspirador hasta cuando Cote Lamus describe a sus amigos. Entretanto, rememora los encuentros que tuvo con su madre cuando era bebé. Por aquellos tiempos, en el niño latía una tristeza incomprensible, apaciguada sólo por la mirada cálida de la madre. Fue, al parecer, la primera fuente de sabiduría para el futuro poeta nortesantandereano que ha recorrido los años en busca de aquella fuente, de aquellos ríos, amparado sólo en el recuerdo; recuerdo de una madre con su niño en brazos.

Enseguida, Cote Lamus hace una “terrible” confesión: es poeta y padece la ternura de las cosas. Para el autor, ser poeta es difícil porque la ternura conduce a un estado febril e irreal. Sin embargo, situación paradójica, en esa irrealidad el poeta descubre cosas que aún no han sido nombradas y, por tanto, no se han descubierto en la realidad. Este anuncio lo realiza en medio de versos alusivos a las labores domésticas de la difunta madre.

Posteriormente, el poeta ahonda en su enfermedad poética. Aquí resulta curiosa la combinación de construcciones altisonantes con datos específicos: antes de hablar de la “ausente y hermosa” España, da cuenta de la fecha y lugar de composición del poema: 1 de septiembre, doce del día, en un café madrileño. A partir de la confirmación de su enfermedad, empieza a describir, en breves sentencias, a sus amigos. Todos son provenientes de diversos lugares del obre y realizan diferentes oficios para subsistir, pero comparten una característica: son buenos y, por tanto, la madre del poeta se los hubiera recomendado.

Los versos dedicados a sus amigos finalizan de forma triste, al revelar el poeta que le faltaron por mencionar los amigos fallecidos. Vuelve aquí la muerte a aparecer, para confirmar su influencia inevitable en la poesía de Cote Lamus.

La parte final del poema parece dar cabida a los deseos amorosos del poeta, los cuales, según se considera, son parte de la intimidad del poeta y, en consecuencia, sólo puede contárselos a su madre, quien lo quiere tanto. Aquel sentimiento efusivo es heredado por sus abuelos y se resume en una palabra: ternura. Luego de esto, describe a la causante de la mencionada ternura.

Para Cote Lamus, tiene un corazón tan grande que debe repartir en la naturaleza para que no se pierda; unos ojos que albergan todo espacio y todo tiempo; y un aliento que guarda todo aliento y suspiro. Tanta sublimidad reside en una mujer de baja estatura y cabellos dorados, hasta hace poco trenzados, o eso se puede sentir en los versos del poeta.

Al parecer, Cote Lamus hace referencia al amor que siente por una mujer; amor que, supuestamente, es correspondido o, por lo menos, atendido. Lo anterior deriva del hecho de que el poeta cuenta la cercanía que tiene con la susodicha: hay abrazos, arrullos y amparo bajo su sombra. El poeta cierra su composición confirmándole a su madre que, en efecto, sigue enfermo… enfermo de amor.

En conclusión, “Madre en mis cosas” es un poema con dos fines: establecer comunicación con una madre fenecida, a causa de que aquella es la única persona a la cual el autor puede confiarle sus más profundas reflexiones; y dar testimonio de la herencia y presencia de la madre en la vida y cotidianidad del hijo. Un tercer fin, presto para discutirse, radica en la cuestión de la enfermedad: ¿Acaso la febrilidad amorosa del poeta hacia la mujer retratada sobre el final del poeta es consecuencia del amor que éste sintió por su madre cuando ésta vivía? ¿O la sentencia “sigo enfermo” hace referencia a amores del pasado, de los cuales la madre de Cote Lamus fue testigo? Habría que analizar aún con más detalle cada palabra del texto, además de repasar la biografía del poeta.

 

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