Eduardo Cote Lamus, poeta cucuteño fallecido en Los
Patios hace 55 años, compuso en uno de sus viajes a Madrid este inhóspito y
entretejido poema, dedicado, como no podía ser de otra manera, a su perecida
madre. El título hace referencia a la inexpugnable presencia de la matrona en
la vida del poeta: en sus amigos, en sus trajes, en sus versos y en su ternura.
Ternura: esa es la palabra que define tanto el amor como la enfermedad de un
Cote que, a pesar aspirar a la representación universal, no se desliga de su
cotidianidad. A fin de cuentas, es en el diario vivir y no en las meditaciones
profundas de la poesía donde el poeta conoce a su madre.
En el primer párrafo ya se percibe un aroma a
muerte. El poeta anhela morir, tal vez para encontrarse con su madre. Quizás es
el mismo hecho de que su madre esté muerta lo que lo impulsa a escribir, a
manifestarse para, de algún modo, mantener comunicación con ella. Dos cosas se
intuyen de este inicio: primero, el apego trascendental entre el poeta y su
madre. Segundo, la influencia innegable de la madre en la actividad literaria
del poeta.
En la segunda sección, el poeta utiliza su retórica
para describir su estado físico. A partir de imágenes y metáforas naturales
manifiesta su desgaste corporal y cómo el paso de los años le ha desvencijado,
desde que la madre murió. Al margen de la efervescencia que puede generar en el
lector la maravillosa elocuencia de Cote Lamus, se debe retratar en la mente el
aspecto decrépito que él intenta develar: arrugas, capilares en los ojos y una
piel que envuelve más huesos que carne. Queda para el debate si aquel
envejecimiento puede ser atribuido a la partida de la madre del poeta.
Luego, el poeta revela la situación actual de su
familia: se trata de aportes biográficos que ayudan a contextualizar el poema
para hacer una interpretación más cercana a lo que Cote pretendía plasmar en
sus versos. Sus barbas, su nombre, su padre y su oficio de sembrador, sus hermanos
y el olvido al cual, según parece, todos están condenados. Aquella alusión
rompe la tendencia narrativa de esta estrofa y devuelve al lector hacia los
recovecos poéticos del escritor.
El poema no sale del tono inspirador hasta cuando
Cote Lamus describe a sus amigos. Entretanto, rememora los encuentros que tuvo
con su madre cuando era bebé. Por aquellos tiempos, en el niño latía una
tristeza incomprensible, apaciguada sólo por la mirada cálida de la madre. Fue,
al parecer, la primera fuente de sabiduría para el futuro poeta
nortesantandereano que ha recorrido los años en busca de aquella fuente, de
aquellos ríos, amparado sólo en el recuerdo; recuerdo de una madre con su niño
en brazos.
Enseguida, Cote Lamus hace una “terrible” confesión:
es poeta y padece la ternura de las cosas. Para el autor, ser poeta es difícil
porque la ternura conduce a un estado febril e irreal. Sin embargo, situación
paradójica, en esa irrealidad el poeta descubre cosas que aún no han sido
nombradas y, por tanto, no se han descubierto en la realidad. Este anuncio lo
realiza en medio de versos alusivos a las labores domésticas de la difunta
madre.
Posteriormente, el poeta ahonda en su enfermedad
poética. Aquí resulta curiosa la combinación de construcciones altisonantes con
datos específicos: antes de hablar de la “ausente y hermosa” España, da cuenta
de la fecha y lugar de composición del poema: 1 de septiembre, doce del día, en
un café madrileño. A partir de la confirmación de su enfermedad, empieza a
describir, en breves sentencias, a sus amigos. Todos son provenientes de
diversos lugares del obre y realizan diferentes oficios para subsistir, pero
comparten una característica: son buenos y, por tanto, la madre del poeta se
los hubiera recomendado.
Los versos dedicados a sus amigos finalizan de forma
triste, al revelar el poeta que le faltaron por mencionar los amigos
fallecidos. Vuelve aquí la muerte a aparecer, para confirmar su influencia
inevitable en la poesía de Cote Lamus.
La parte final del poema parece dar cabida a los
deseos amorosos del poeta, los cuales, según se considera, son parte de la
intimidad del poeta y, en consecuencia, sólo puede contárselos a su madre,
quien lo quiere tanto. Aquel sentimiento efusivo es heredado por sus abuelos y
se resume en una palabra: ternura. Luego de esto, describe a la causante de la
mencionada ternura.
Para Cote Lamus, tiene un corazón tan grande que
debe repartir en la naturaleza para que no se pierda; unos ojos que albergan
todo espacio y todo tiempo; y un aliento que guarda todo aliento y suspiro.
Tanta sublimidad reside en una mujer de baja estatura y cabellos dorados, hasta
hace poco trenzados, o eso se puede sentir en los versos del poeta.
Al parecer, Cote Lamus hace referencia al amor que
siente por una mujer; amor que, supuestamente, es correspondido o, por lo
menos, atendido. Lo anterior deriva del hecho de que el poeta cuenta la
cercanía que tiene con la susodicha: hay abrazos, arrullos y amparo bajo su
sombra. El poeta cierra su composición confirmándole a su madre que, en efecto,
sigue enfermo… enfermo de amor.
En conclusión, “Madre en mis cosas” es un poema con
dos fines: establecer comunicación con una madre fenecida, a causa de que
aquella es la única persona a la cual el autor puede confiarle sus más
profundas reflexiones; y dar testimonio de la herencia y presencia de la madre
en la vida y cotidianidad del hijo. Un tercer fin, presto para discutirse,
radica en la cuestión de la enfermedad: ¿Acaso la febrilidad amorosa del poeta
hacia la mujer retratada sobre el final del poeta es consecuencia del amor que
éste sintió por su madre cuando ésta vivía? ¿O la sentencia “sigo enfermo” hace
referencia a amores del pasado, de los cuales la madre de Cote Lamus fue
testigo? Habría que analizar aún con más detalle cada palabra del texto, además
de repasar la biografía del poeta.
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