Nacido
del acogedor con la templado de una de las estrellas del norte, José Eusebio
Caro miró con sus ojos el ir y venir de una Colombia envuelta en rivalidades
políticas e ideológicas, rivalidades que despertaron en él, no solo el sentir
patriótico que brotó en su alma hasta la muerte, sino aquel sentir poético que colmó
de letras llenas de artilugios diversos y distinguidos, a una vida efímera pero
que permanece viva en apasionados versos.
José
Eusebio Caro fue un escritor y político multifacético, no es posible encontrar
la frontera que deslinda la política y su poética, la crítica que no dejó de concebir
hasta su muerte lo llevó por diferentes caminos. Fue desterrado por sus aires
conservadores, pero siempre desde el exilio anheló su patria, escribió a ella y
clamó por ella.
Las
diferentes confrontaciones lo obligaron a dejar sus estudios y esto provocó que
inclinaría sus ratos libres al arte de la pluma, escribió diversos textos de
índole no solo poética, sino política, crítica y hasta didáctica. Enlazó de muy
buena forma a la poética con la situación actual de su vida y su sociedad,
desde su perspectiva pudo vociferar versos llenos de un sentido romántico y patriótico,
un sentido variado que jamás abandonó.
Desde
algunos de sus poemas más que ilustres hasta su faceta como ensayista, mantuvo
su postura reservada y conservadora, pero siempre fijándose en la situación que
lo rodeó; la pobreza, el amor, la soledad, el destierro, la guerra, la
política, la patria. Fueron estos todos sus temarios que de una u otra forma
siempre buscó plasmar en sus líneas versátiles. “¡Vuela, vuela, hamaca mía: Y
al ruido de tus alas, Adormece al desterrado Que suspira por su patria!” (La
hamaca del destierro, 1834, Refundidos en Nueva York, Marzo 22 de 1851). Obras
como estas muestran con claridad el dolor que siempre causó la añoranza de la
patria y las agonías de su destierro, destierro que inspiró siempre a su pluma.
Es
muy común que toda la obra de José Eusebio Caro haya Sido recogida durante su
destierro en Estados Unidos y su paso por Irlanda, pues fue allí, estando en
distancia de las montañas que lo acobijaron al nacer, donde dio tienda suelta a
sus sentires, ideologías y posturas.
Dentro
de sus poemarios es notorio evidenciar cómo va y viene en varias temáticas que trata
siempre de plasmar en sus versos y estrofas de manera muy conservadora, en lo
que a la poesía respecta, pues su estilo es muy bien cuidado y siempre trata de
seguir con los cánones estéticos que en su época derrochaban de encanto; “¡El
pobre! Al pobre menosprecia el mundo, El pobre vive mendigando el pan; Falsa
piedad o ceño furibundo, cual un favor le dan” (Mi suerte, 1840). Sin embargo,
dándole un tinte realista y algo costumbrista a sus rimas muy bien cuidadas.
Sí
bien, tampoco olvidó a su natal Ocaña, desde sus quehaceres en la extinta Nueva
Granada y hasta su exilio más allá del mar, nunca olvidó en sus letras el
encanto y profundo deseo que su ciudad rememoraba: “Y yo también aquí pensé...
¡silencio! Olvidemos tan plácida ilusión; Y aunque mi pecho deba desgarrarse, ¡Adiós,
Ocaña! para siempre adiós” (A Ocaña). El dolor del destierro fue un común
denominador en sus poemas.
A
pesar de su corta edad, Caro tuvo una larga trayectoria política y literaria,
fue uno de los fundadores del partido conservador en lo que posteriormente
sería Colombia, trabajó en diversos cargos públicos y ministeriales en el país,
además de trabajar también para la prensa. Allí, fue cuando desató su gusto por
la escritura y desde entonces en su vida llena de altibajos y situaciones
contradictorias, mantuvo consigo hasta su muerte el afán por la composición
escrita, desde poemas hasta ensayos.
Murió
por culpa de la fuente amarilla, ya de vuelta en su país natal, cuando su
situación política ya no acarreaba su destierro, en la ciudad de Santa Marta a
unos escasos treinta y cuatro años, el poeta de Ocaña falleció en Santa madre. Sin
embargo, su poesía y legado político siguen vigentes y son siempre dignos de
atención en todos los entornos académicos, literarios y políticos.
Sí
bien su obra no fue tan amplia, sus expresiones e ideas siempre destacaron en
su poesía, ya que ésta fue para él, aquel bálsamo de consuelo en sus horas
largas y mortificantes en el destierro y soledad. Así que puede decirse que
parte de aquella inspiración poética se debió a su exilio, aun así, siempre
mantuvo la esperanza y cariño por la patria que, con sus ideas trató de
defender.
“Lejos ¡ay! Del
sacro techo
Que mecer mi cuna
vio,
Yo, infeliz
proscrito, arrastro
Mi miseria y mi
dolor.
Reclinado en la
alta popa
Del bajel que huye
veloz,
Nuestros montes
irse miro
Alumbrados por el
sol.
¡Adiós, patria!
¡Patria mía,
Aún no puedo
odiarte; adiós!”
Despedida
de la patria (Fragmento)
1834
(Revisados en Nueva York, 1851)
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